Tanto militantes de base, como los propios parlamentarios, todos reconocen estar en problemas. A pesar de aquello, se culpan entre ellos, apuntando a los diputados, a una directiva fantasma y un Parisi que está muy lejos para realmente influir y cumplir su rol de caudillo.
A fin de cuentas, el PDG va a morir de a poco. Hasta que aparezca un demagogo que intente formar otro partido que le “haga temer a la elite.”